Rafik Schami y sus cuentos de Damasco
Salim podía considerarse verdaderamente un afortunado. Su maravilloso don de la palabra, su poder imaginativo y su fabulosa facilidad para contar historias le aseguraron durante muchos años la fidelidad de sus clientes. De profesión cochero, Salim acostumbraba a contar fascinantes historias a sus parroquianos, de modo que la competencia no constituía un peligro para su negocio, siempre y cuando Salim pudiera mantener viva su locuacidad. Al elocuente cochero le llegó la hora de jubilarse. Este siguió guardando en su memoria la infinidad de historias que aprendió y recitó durante sus años de cochero, historias que almacenaba en su memoria como si de armazones desnudos se tratase, que luego cubría de infinitos adornos y abalorios. Un día Salim recibió una extraña visita. ¿Cómo habría podido imaginar el viejo cochero que su Hada -si es que tales criaturas existen- se presentaría con tal extraño mensaje? El Hada aseguraba haber velado por que todas y cada una de las historias que él contaba llegara a buen puerto. Ahora le tocaba a ella retirarse y no podía seguir encargándose de tan ardua tarea. Salim perdería el habla durante tres meses, y si al final de dicho periodo de tiempo había recibido siete regalos, se le asignaría una nueva Hada y recuperaría la voz para poder seguir narrando historias. Salim tenía siete amigos: Mehdi, el profesor de geografía; Junis, el propietario de un café del que todo el mundo salía contento y que contaba con los mejores hakavatis de Damasco; el ex mistro Faris; Musa, un peluquero que no sabía usar las tijeras sin asestar cortes en las orejas de sus clientes, que se exponían a tal pena con tal de poder escucharle recitar hermosas historias, de las que se sentirían orgullosos hasta los mejores hakavatis; Tuma, el “emigrante”, un damasceno que hubo de huir a América durante la Primera Guerra Mundial y que regresó treinta años más tarde so pretexto de no haber logrado acostumbrarse a la vida en los EEUU; el ex presidiario Isam, que pasó veinticuatro años en la cárcel por un crimen que no había cometido; y Alí, que se metió a cerrajero porque era hombre de pocas palabras.
Cubierta del libro |
Los siete amigos tratan de ayudar a Salim a encontrar esos siete regalos: el cochero recibe distintos juegos de objetos, de diversa índole, pero que no parecen devolverle la voz. Uno sugiere que podría tratarse de siete cenas en las casas de sus amigos, de siete vinos; otro que de siete viajes, pasar por siete valles y siete montañas... Por fin, uno de los amigos da con la solución: siete historias distintas que puedan desatar la lengua del cochero y endulzar sus oídos. Los siete amigos narran una historia cada uno en distintas noches. Todos menos Alí, que nunca supo contar historias. Su mujer habrá de tomar el relevo y, rompiendo moldes y desatando la ira de alguno de los contertulios de su esposo, pasará a formar parte del grupo de intelectuales por una noche. Los cuentos narrados son ficticios, autobiográficos o relatos a medio camino entre la ficción y la realidad. Sea como fuere, Salim recupera la voz tras la última historia contada, la de Fatmeh, la esposa de Alí. Fatmeh narra la hermosa historia de su madre, que nunca antes contó, ni siquiera a su marido. Salim recupera la voz, quedando aún para sus amigos incrédulos un interrogante sin resolver: si realmente el cochero llegó a perder la voz o si no fue más que un juego de chiquillos.
Retrato de Rafik Schami (arriba)
Shami, Rafik. Narradores de la Noche. Trad. Antón Dieterich. Madrid: Siruela, 1992. (Título original: Erzähler der Nacht).